Muere Leonard Cohen a los 82 años

SUZANE
<iframe width=»560″ height=»315″ src=»https://www.youtube.com/embed/ZX0CfFdk-jw» frameborder=»0″ allowfullscreen></iframe>Qué sorpresa y qué disgusto hoy a las siete de la mañana, cuando nos hemos enterado de la noticia, ¡Díos mío!

Se va el más cualificado representante de esa Norteamérica de libertad individual, innovación artística, cosmopolitismo y avances sociales que siempre hemos admirado y que tanto ha calado en nuestra manera de ser y de pensar. No nos lo podemos creer, no entraba en nuestros cálculos. Está siendo un año fatídico este 2.016; al igual que lo fue 2.015: se nos mueren los iconos de la music que ha marcado nuestra vida. Y con elllos, inevitablemente, morimos también nosotros un poco.

Justo dos días después de que irrumpa definitivamente en nuestras vidas el zafio, populista, hortera y retrógrado Donald Trump con sus ordinarieces, groserías, insultos y patochadas, se nos va su antítesis: el reflexivo, elegante, irónico, sensible, hedonista y delicado poeta de sutil vozarrón que, además de estremecernos de un modo insólito y desconocido entonces, nos hizo ver en los 70s y 80s a no pocos chicos en nuestro país (y suponemos que en otros también) que se podía ser masculino integrando lo que de femenino hay en cada uno de nosotros; que se podía amar a una mujer sin necesidad de poseerla o dominarla; que el sexo y el amor eran una revolución en sí mismos; que la muerte era un misterio sondable, que se podía mostrar la propia vulnerabilidad y emotividad sin miedos ni vergüenzas; que la tristeza tenía su parte de belleza, que nos podìamos amar a nosotros mismos sin ocultarnos nuestras contradicciones, debilidades y fantasmas; que debíamos y podíamos reflexionar hasta qué punto la religión y las tradiciones estaban condicionando nuestras vidas y en qué medida éramos seres espirituales y no solo animales en busca de sustento y contento físico; que se podìa leer poesía y emocionarse con ella sin parecer ni ser un flojeras; que el folk intimista era compatible con el rock y con los rebeldes y liberadores nuevos tiempos; que la revolución individual era lo primero; que todos nos componíamos de purita contradicción y éramos muy poca cosa pero a la vez podíamos sentirnos irrepetibles y únicos; que hombres y mujeres nos debíamos, unos a otras y viceversa, respeto y consideración…, en fin, sutilezas y precisiones en torno a la vida y a las personas que la ven pasar que en aquella época, al menos en nuestro entorno, no eran precisamente lo que más caracterizaba nuestro paisaje y paisanaje, nuestro lenguaje y nuestros peajes emocionales. Mejor no recordar, en este caso.

Leonard Cohen trascendía el rol de músico, de personaje renovador de la estética y el arte poético en su tiempo, fue mucho más que un icono cultural de la época, entró en nuestra vida mucho más profundamente, nos influyó como personas y seres pensantes y sensibles mucho más que un mero creador de productos artísticos. Con un ejemplo quizá se entienda mejor: probablemente su influencia e importancia como músico no fue la de monstruos pioneros como Dylan, Miles Davis, Bowie, Waits, Young o Lou Reed, pero su capacidad de conmovernos y dejarnos marcados para siempre fue diferente e incluso superior a la de la mayoría de ellos.

Todavía ayer en La Estación de Neguri hablamos hasta en tres ocasiones distintas del maravilloso nuevo disco del canadiense, «You Want It Darker» y pinchamos varias de sus canciones, en concreto, nos acordamos, pusimos las magníficas Treaty, Traveling Light y Leaving the Table.

Y no hace muchos días publicamos un largo post sobre el viejo Leonard y sobre la asombrosa capacidad de trabajo y lucidez creativa que a sus 82 años demostraba el icono canadiense publicando un discazo como este (tras otros dos discos impecables en los cuatro años anteriores) que, ya se barruntaba, iba a ser el de su despedida; y que en los textos de sus proféticas canciones ya nos remite un poco la sensación de final.

Lloramos de emoción hoy, sí, de desconsolada congoja, por un mundo que, desde ya es más pobre, porque pierde a una de esas contadas personas que no solo dignifican el ser humano y lo hacen más completo y complejo, sino que enseña, orienta y enriquece a los demás.

Gracias Leonard. Seguirás por siempre en nuestras vidas, por lo que nos enseñaste, por lo que nos emocionaste y por lo que nos ayudaste a conocernos un poco más a nosotros mismos y, de ese modo, a comprender lo que nos pasaba y nos sigue pasando, que seguimos sin entender apenas nada: ahí tenemos la llegada del pato Donald para dar fe de ello.

Hay pocas, y hablamos de dos o tres, canciones que han marcado tu vida para siempre, por lo que en su momento sentiste cuando las oiste por primera vez. Y por lo que, en este caso, cuarenta años después, sigues sintiendo cada vez que las escuchas. Quizá solo esa vez, la primera, «Suzanne» nos hizo temblar tanto como lo hace hoy. Entonces no lloramos escuchándola; hoy, sí. Gracias, Leonard, siempre te recordaremos y seguiremos escuchando tus canciones; prometido.

Como decía en el título y estribillo una de sus últimas canciones (viene en el disco «Old ideas», de 2012), con unos detalles de cuerdas y vientos maravillosos, «Amen», Leonard.