Sobre el concierto de Lucinda Wlliams en el Antzoki

LAMENTAMOS TENER QUE DECIROS QUE EL CONCIERTO DE LUCINDA WILLIAMS DE AYER EN EL ANTZOKI DE BILBAO NO SATISFIZO A NADIE QUE PUSIERA EL LISTÓN DE EXIGENCIA EN SITIO RAZONABLE Y NO SE DEJARA SEDUCIR POR LA MAGNÉTICA E IMPRESIONANTE VOZ DE LA DIVA DE LAKE CHARLES (LOUISSIANA). ¿Empezamos por lo bueno o por lo negativo? Vamos primero con lo malo, que eso nos permite terminar la crónica en positivo y mola más, deja mejor cuerpo.

Lo peor del concierto:

1) MAL SONIDO en general, penoso en particular durante el primer tramo del show. Instrumentos que se acoplaban, bajo que retumba, músicos desconcertados…, el comienzo fue poco menos que una tortura para cualquiera que tuviera noción de cómo puede llegar a sonar el Antzoki cuando lo hace bien. Este problema acuciante puso a Lucinda de los nervios, hasta el punto de que : a) en un momento dado -estábamos en primerísima fila y lo vimos claramente- se dio la vuelta y le hizo al técnico de sonido situado detrás del escenario el gesto de cortarse las venas, y b) en plena interpretación –lamentable, no dábamos crédito- de uno de sus grandes hits, “Joy», interrumpió de malos modos la canción y puso cara de “esto no puede seguir así”, para acabar diciendo “no os merecéis un sonido de mierda como este”. Poco a poco, y animada, casi propulsada, por un público fervoroso e indulgente que adora a la gran diva del country/rock, Lucinda y sus músicos se fueron viniendo arriba, los técnicos de sonido apañaron un poco la cosa y, a pesar de que no resolvieron el problema de fondo (faltó volumen desde el minuto uno hasta el final, y la nitidez y brillo en el sonido de los instrumentos fue muy escasa; una pena) acabaron dignamente la función. Nos hacemos mil preguntas, que de puro obvias ni planteamos, pero sí tenemos algo que reprochar a la reina Williams: sabemos -de la mejor tinta posible- que no hizo prueba de sonido, llegó y tocó directamente; y eso es imperdonable, por muy Lucinda Williams que seas y por muchos 30 años que lleves dando conciertos. Los problemas hay que preverlos, y el sonido hay que ajustarlo al milímetro. Tenía razón en sus repetidas quejas, pero para algo están las pruebas de sonido, para que no ocurra, por ejemplo, que su guitarra se acoplara con el bajo, o que el sonido de retorno de su altavoz personal no le llegara. Imperdonable falta de profesionalidad, de falta de respeto a sus propios músicos, a los técnicos de sonido, al promotor que se juega los cuartos (ese Luís, ánimo, y gracias), a la sala que la programa y, sobre todo, al público.

2) DEMASIADO LLENO EL ANTZOKI, el recinto se quedó pequeño. Se lo dijimos personalmente y sin ambages al programador de la sala y crítico musical, al que conocemos/apreciamos desde hace años: este concierto le queda grande a la magnífica sala bilbaína, incapaz de ofrecer condiciones adecuadas de comodidad y visibilidad a tanta gente, a unos aficionados que pagaron 30 euros para ver el evento. Demasiada gente, así de simple. En Bilbao y alrededores hay recintos mayores y más apropiados para un evento de esta magnitud.

3) Una parte (significativa) del PÚBLICO se mostró CHARLATANA, IRRESPETUJOSA CON ARTISTAS Y AFICIONADOS, resultó INSOPORTABLE, DABAN GANAS DE PEGARLES, y no callaban por mucho que insistiéramos educada y reiteradamente en que cambiaran de actitud. Vimos la mitad del concierto en primera fila y la otra mitad en las últimas posiciones, para tener un poco más de espacio vital. En ambas ubicaciones, el mismo problema, mucho más acusado en la zona de barra y puertas, atrás del todo: la gente no callaba, incluso chillaba para oírse los unos a los otros, pero no de fervor entusiasta por la música ni doblando las canciones, sino conversaciones cualesquiera, incluso sobre temas domésticos que se imponían a la música, increíble; bajo el efecto de los tragos y la alegría de sentirse en un momento especial, el caso es darle a la húmeda, divertirse y molestar. Insufrible, dan ganas de no ir nunca más. ¿A qué va alguna gente a los conciertos? ¿Piensan que es lo mismo que estar en un bar? Una cosa es hacer comentarios ocasionales sobre tal o cual canción a tu amigo de al lado, otra es cascar como una cotorra todo el concierto; a voz en grito, además.

4) EL FORMATO TRÍO no fue el mejor posible, decepcionó, limitó demasiadas canciones. Por una parte, echamos muchas veces en falta la batería. Además, Lucinda -inopinadamente- incluyó muchos temas rockeros (“Joy”, «Drunken angel”, “Car wheels on a gravel road”, “Essence” y «Honey bee», entre ellos) en su setlist, en lugar de ofrecernos sobre todo temas lentos, baladas y blues, más apropiados para la ocasión. Y, por otra parte, tocando los instrumentos, ninguno de los tres tuvo su día. Lucinda acabó (dos o tres temas) cantando sin guitarra, de puro asqueada de que no sonara como es debido, el bajista David Sutton anduvo despistado casi todo el set, y el magistral guitarrista Doug Pettibone, que dejó constancia tanto de su clase como instrumentista como de la personal –qué paciencia y sangre fría demostró en los tramos complicados del concierto…- apenas nos puso la piel de gallina en un par de ocasiones, y eso para un musicazo como él es muy poco. En otras palabras, incluso al mejor escriba le sale un borrón.

Lo mejor:

1) LA VOZ de Lucinda Williams. Impecable, perfecta en tono, brillo, color, potencia, frescura, claridad…, nadie canta como ella, es única, tiene ese don de contadísimos artistas, una voz inconfundible, profunda, grande y delicada a la vez, hermosísima, evocadora hasta emocionarte fuera de lo común, y técnicamente portentosa. Es que da altos increíbles, escalofriantes, no solo sin esforzarse ni marcar venas en el cuello sino sin apenas abrir la boca. En esto es como Tracy Chapman (la vimos hace más de 20 años y aún no lo hemos olvidado), un fenómeno de la naturaleza. Al cante, Lucinda estuvo genial, mucho mejor que cuando vino con banda (como ayer, solo que con batería) hace tres años y cantó como lo que es (una diosa que trasciende los estilos y que gusta a todo quisque), especialmente en las lentas, como “Greenville” o “Blue”. Solo por escuchar una canción en directo de esa voz divina merecía la pena pagar la entrada.

2) DOS HORAS DE ESPECTÁCULO. La profesionalidad de la que careció al no hacer prueba de sonido la derrochó –para nuestro alborozo- al alargar (en reconocimiento expreso al público) hasta las dos horas su show, algo inusual en un concierto rock y más en una señora de 60 años. Y al ir superando poco a poco los problemas de sonido y de conjunción – musical y anímica- con sus dos músicos y acabar ofreciendo un recital aseadito, no del todo convincente pero bueno… con las canciones que tiene Lucinda y con esa voz, poco es mucho, muchísimo.

Podríamos hablar sobre el setlist (cada aficionado iba con el repertorio soñado en su cabeza y nosotros no íbamos a ser menos…), y lo dejaríamos en notable raspado (la canción que presentó como del nuevo disco no nos dijo gran cosa, algunas que rescató de su discografía no nos parecieron bien elegidas, la versión de Dylan no entusiasmó…), porque aunque se dejó demasiadas buenas sin tocar, las que hizo las interpreto bien o muy bien casi todas. También podríamos criticar cómo canta algunas de sus canciones más míticas y/o añejas, ahorrándose los quiebros más complejos, simplificando los fraseos y melodías.., pero bueno, incluso así sonaron dpm.

En fin, un concierto con excesivas contingencias, que al final se resolvió satisfactoriamente, pero que pudo haber sido mucho más. Con cuatro aspectos mejorables del todo objetivos, que marcaron indeleblemente la función: 1) el sonido 2) el formato trío, 3) la sala, pequeña, y 4) el comportamiento de parte del público, que parecía pensar que estaba en su bar de siempre y no en una sala de conciertos, escuchando a una artista a la que todo el mundo debería ver al menos una vez en la vida.

Os dejamos con ella y con una de las cancionacas que hizo ayer, la mítica “Essence”, deseándoos un feliz domingo, amigos/as.